El Camino Real de la Plata:
mito y realidad
José Francisco Román Gutiérrez,
Artículo publicado en la Revista México en el Tiempo.
Año 4, Número 27, Noviembre-Diciembre 1998.
Las rutas, senderos y caminos, en toda la historia de la humanidad, han sido un medio
fundamental para construir una cultura, cualquiera que ésta sea. A través de las huellas identificables que permiten recorrer
un territorio con la certeza de no perderse, se trasladan individuos y grupos y, con ellos, su cultura material, sus instituciones,
sus múltiples acciones culturales que van desde la tradición y religiosidad populares hasta el arte y las ciencias. Pero en
ese proceso surgen nuevas formas de vida, proyectos distintos y retos que antes no se habían enfrentado y, en consecuencia,
la singularidad aparece para dar origen a una nueva manera de percibir la realidad que se ha construído.
Surgimiento de caminos
Los caminos adquieren personalidad, tanto por los sitios y condiciones que
se encuentran a lo largo de su trayectoria, como por sus funciones y puntos de destino. Recordemos que en Asia la ruta de
la seda y las especias, así como Europa la ruta de las cruzadas y el camino de Santiago, eran trayectos célebres por su importancia
económica, militar o religiosa. Por otra parte, los pueblos y ciudades asentados a lo largo de una ruta tenían relevancia
por ser puntos de tránsito que ofrecían seguridad y descanso a los viajeros. |
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En ocasiones, cada uno de estos sitios llegaba a distinguirse por motivos especiales,
bien por los productos materiales que podía ofrecer, bien por algún elemento de la religiosidad que había trascendido sus
límites locales. |
El México prehispánico ya conocía ese profundo movimiento que conectaba a diversas
áreas. Piedras preciosas, sal, conchas, plumas, pieles, cerámica, obsidiana tallada, y hasta dioses fueron algunos de los
objetos y elementos que circulaban por esos caminos, creando enclaves regionales desde los cuales volvía a producirse una
nueva red de distribución y relaciones. Los comerciantes, los guerreros y aun los sacerdotes - además de diversas migraciones
registradas en los códices del siglo XVI y en la tradición oral recogida a través de religiosos y funcionarios coloniales,
como fueron las crónicas y las relaciones geográficas-, llegaron a cubrir un inmenso territorio, generando y recibiendo influencias
culturales muy marcadas. Quizás esa comunicación sea uno de los elementos que explica la gran homogeneidad de los elementos
culturales mesoamericanos no obstante la diversidad e identidad específicas a la que llegaron los grupos en sus diferentes
etapas de vida.
No es casual que el proceso de expansión hispánica en el actual territorio
mexicano fuera tan rápido durante el siglo XVI -prácticamente en esa centuria quedaron establecidas las principales rutas
de comunicación terrestre que sobreviven hasta nuestros días-, pues las huestes españolas, en principio, demandaban información
sobre grupos indígenas, los caminos, los aguajes y las formas de alimentación que podían aprovechar, buscando las mejores
condiciones para continuar su expansión y dominio en los nuevos territorios. Pero también formaban parte de sus indagaciones
los yacimientos de piedras y metales preciosos, perlas, así como cualquier otro producto de la naturaleza que pudiera proporcionar
la riqueza que demandaban los valores de esa época.
Leyendas y furor exploratorio
Siguiendo las leyendas que hablaban de lugares fabulosos donde el oro recubría
casas, calles y personas, se internaron diversas expediciones en el desconocido territorio americano hasta terminar, la inmensa
mayoría de ellas, no sólo en el fracaso de su búsqueda, sino en el desastre total. El regreso de Cabeza de Vaca a la Nueva
España, acompañado de otros dos españoles y el Negro Estebanillo, después de varios años de peregrinaje en el sur de los actuales
Estados Unidos, con noticias de muchos grupos indígenas y pueblos hasta ese momento desconocidos, provocaron un nuevo furor
exploratorio entre muchos españoles que buscaban fama y gloria. Hacia 1540 la Nueva España conoció una nueva agitación provocada
por el informe de fray Marcos de Niza, fraile franciscano, acerca de las ciudades de Cíbola y Quivira, ubicadas en lo más
profundo y desconocido del septentrión novohispano. El virrey Antonio de Mendoza organizó una expedición que fueraq en su
búsqueda, bajo el amndo de Francisco Vázquez de Coronado, entonces gobernador de Nueva Galicia. Así comenzó a cobrar forma
la ruta del occidente novohispano hacia el inhóspito norte.
En 1546 se descubrieron las minas de Zacatecas y cuatro años más tarde la extracción
de plata empezó a ser tan importante que llamó la atención de los pobladores novohispanos y las autoridades coloniales. Pocos
años después se explotan las minas de Guanajuato y a partir de 1556, cuando se descubren los minerales de San Martín en en
norte de Nueva Galicia, nuevas expediciones fundarían los yacimientos que a lo largo del siglo XVI fijarían la Ruta del Camino
de la Plata: Fresnillo, Sombrerete, Chalchihuites, San Andrés, Mazapil, Nombre de Dios, Durango, Indehé, Mapimí, Avino, Santa
Bárbara, San Pedro del Potosí y Pinos, por mencionar los más importantes, hasta concluir con la expedición que en 1598, dirigida
por Juan de Oñate con el cargo de Adelantado, fundó el reino de Nuevo México.
En síntesis, en un periodo de poco más de 50 años, las vías principales hacia
el norte de México quedaron firmemente establecidas, teniendo como centro el Camino de la Plata, al grado que su trazo a lo
largo de los siglos siguientes fue empleado para establecer las rutas contemporáneas.
Bajo el gobierno de Felipe II se abrió el septentrión novohispano, buscando
la plata que demandaban la sociedad y los proyectos de la Corona. Pero las iniciativas políticas iban más allá de una simple
ocupación del territorio para extraer metales preciosos, pues al mismo tiempo que buscaban extender la jurisdicción real en
los territorios que formaban parte de los reinos españoles, otros muchos factores fueron configurando un desarrolloo distinto
de la vida a lo largo del Camino de la Plata y dando un rostro propio e identidad a los asentamientos que lo formaron.
Los chichimecas, feroces guerreros
Para empezar, los chichimecas fueron el principal obstáculo que enfrentaron
los españoles en su avance hacia el norte durante el siglo XVI. Cazadores-recolectores, nómadas temporales, recorrían grandes
extensiones en busca de los alimentos que aseguraban su subsistencia. No sólo resultaba difícil identificar sus campamentos
y sus características culturales, sino además fué imposible reducirlos rápidamente, como ocurrió con los indígenas en el Valle
de México o en el sur. Eran hábiles y feroces guerreros que dominaban con gran maestría el arco y la flecha, con un conocimiento
profundo de los territorios donde habitaban y, sobre todo, habían desarrollado una impresionante capacidad para sobrevivir
en las condiciones más difíciles que ofrecía la naturaleza.
Las noticias que recorren las villas y ciudades de toda la Nueva España, sobre
todo a partir de 1550, son los continuos ataques de los chichimecas a los viajeros que transitaban por los escasos y desprotegidos
caminos. Muy pronto se inició una guerra "a fuego y a sangre" para combatirlos, además de dotar de soldados a las caravanas
-formadas por comerciantes, mineros, pobladores españoles e indígenas, esclavos- cuando su destino eran los yacimientos mineros
que se iban descubriendo o ya estaban en plena actividad. Durante esta etapa, las autoridades coloniales recurrieron a la
fundación de presidios y misiones, tanto para enfrentar a los indígenas y proteger a los viajeros y los envíos de plata a
las cajas reales de la Ciudad de México, como para convertir al cristianismo a los chichimecas. Pero los resultados fueron
poco exitosos: se trataba de una guerra de subsistencia que no admitía soluciones intermedias precisamente por la naturaleza
y peculiaridad de estos grupos.
Hubo voces que reclamaron al rey un cambio en la política seguida en las zonas
mineras recién pobladas, como fué el caso de los franciscanos de Nueva Galicia, encabezados por fray Ángel de Valencia, o
de los agustinos de Michoacán, a través del Tratado de la Guerra de los Chichimecas, escrito por fray Guillermo de Santa María.
Ambos frailes afirmaban que la captura de esclavos y la ocupación española de los territorios de estos grupos habían desencadenado
la guerra y no había causa justa para combatirlos. Sus razones fueron escuchadas casi a finales del siglo XVI, cuando Felipe
II ordenó el uso de métodos distintos y pacíficos para congregar y convertir a los chichimecas. |
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La larguísima, sangrienta y costosa guerra chichimeca llegó casi a su fin.
Al mismo tiempo que se redujeron las expediciones militares y se prohibió el pago por las cabelleras de los indígenas -como
prueba de que habían muerto-, o su captura como esclavos, por el Camino de la Plata salieron 400 familias tlaxcaltecas a poblar
siete puntos dentro del arco de la frontera para servir de ejemplo y enlace con los chichimecas. San Luis Potosí, Saltillo,
Chalchihuites y Colotlán fueron los principales asentamientos surgidos de esas medidas, y quedaron bajo la custodia de una
nueva figura militar que recorrió esos caminos: el protector de frontera, encargado de cuidar la paz en esas poblaciones y
las rutasa que los comunicaban.
Todavía hasta 1587, un español que viajaba por el Camino de la Plata y llegó
hasta Chiametla, en la actual Sinaloa, escribió a su mujer que "desde que salí de México hasta entrar en Zacatecas no se
me cayeron las armas a mí y a mi caballo de a cuesta, y las armas de pies a cabeza yo y el caballo, porque hierve la tierra
de chichimecas, una generación del demonio, y otras muchas generaciones, que, por no ser largo, no digo, y a todo esto ningún
poblado, y agua de ocho a ocho leguas, y poca y mala, durmiendo en el suelo y con mucha nieve... y cada noche tocándonos arma,
y de día matándome los amigos".
Mercancías y mercaderes
Otro elemento que acompañó la riqueza minera fue el tránsito de las mercancías
y mercaderes. Aunque en el siglo XVI muchas de las tierras del norte eran enormes bosques antes de la presencia hispánica,
com pequeñísimas zonas de agricultura temporal que practicaban algunos grupos chichimecas, el consumo de madera y carbón para
fundir la plata rápidamente dejó en la aridez el entorno inmediato de todos los reales de minas. Si agregamos las enormes
cantidades de material de desecho que eran arrojadas y lavadas cuando se introdujo el sistema de patio, contaminando la tierra,
el resultado fue la dificultad para tener centros de abastecimiento cercanos, sobre todo agrícolas. |
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Las recuas, los carros y las espaldas de los mercederes indígenas transportaron
miles de toneladas de alimentos, ropas, herramientas, objetos suntuarios, libros, medicinas, etc., para mantener las poblaciones
que en las minas tenían explosivos crecimientos y descensos, como fenómenos migratorios, segúnfuera la calidad y la cantidad
de plata extraída de las vetas. Con el desarrollo de regiones agrícolas próximas a las zonas mineras, fue más importante la
demanda de los productos requeridos para la dieta y vida cotidiana de los españoles que, a pesar de la distancia, seguían
trayéndose a cualquier precio: aceite de oliva, especias, quesos de oveja, embutidos, así como telas finas (holandas y terciopelos),
perfumes, joyas labradas e instrumentos musicales.
De regreso a la Ciudad de México, arrieros y mercaderes transportaban la plata
quintada que por derecho recibía la Corona, así como la del pago de las mercancías vendidas y los enviós particulares a sus
parientes o socios en las ciudades novohispanas e en España. También eran el medio para remitir la plata obtenida de los procesos
judiciales, especialmente de los remates de los "bienes de difuntos" . Aunque hay pocos estudios sobre la producción de plata
a lo largo del periodo colonial, de las cifras registradas por Alejandro de Humboldt en el periodo de 17875 a 1789, los ingresos
de las cajas reales de las intendencias mineras de la Nueva España ascendieron a 9,730,000 marcos de plata, siendo cada marco
equivalente a ocho pesos y medio. Casi desde mediados del siglo XVII hasta mediados del siglo XIX, la producción de plata
en la Nueva España aportó al menos la tercera parte de la producción mundial y, en ocasiones, llegó a superar el 60 por ciento.
Indigencia y epidemias
Siguiendo las huellas y el sonido de la riqueza, como en toda cultura, las
múltiples manifestaciones de la indigencia siguieron también el Camino de la Plata, esperando resolver sus carencias o como
"viajeros" involuntarios. Por una parte, españoles empobrecidos, indígenas desplazados de sus comunidades o huidos del control
de sus encomenderos y autoridades, vagabundos, charlatanes, tahúres, clérigos que decidían abandonar su estado y hasta ingleses
sobrevivientes de naufragios, trataron de encontrar en los asentamientos mineros una forma de ganarse la vida. Esas figuras
trashumantes fuerno tan habituales en los caminos y en las ciudades populosas que pronto se dictaron medidas para erradicar
su presencia, a veces peligrosa. Por otra, enfermedades y epidemias tuvieron en el Camino de la Plata un medio para difundirse
a gran velocidad y enormes distancias. Las epidemias que comienzan a extenderse en todo el territorio novohispano aparecen
en 1544, y se repetirán con una fuerza inusitada en sus efectos destructivos en 1576, matando a más de dos terceras partes
de la población indígena que laboraba en las minas. Los viajeros y sus pertenencias fueron portadores de esa terrible amenaza
que a lo largo de los siglos XVII y XVIII siguió manifestándose. Las crisis agrícolas provocadas por los fenómenos naturales,
el exceso de trabajo en las minas y la carestía hacían de los pobladores presa fácil cuando las epidemias atacaban.
Fusión cultural
Pero hay otro elemento que siguió el Camino de la Plata: la cultura y la fusión
cultural que produjo el contacto entre diversos grupos humanos. Además de las pocas presencias indígenas que sobrevivieron
a la guerra chichimeca, la plata atrajo indígenas mexicanos, tlaxcaltecas, otomíes, tonaltecas y mayas. De Europa, si bien
es cierto que la presencia dominante y mayoritaria fue la española -procedente de los reinos de la península ibérica-, también
vinieron portugueses, flamencos, franceses, itelianos, ingleses y alemanes. De Asia, sobre todo de Japón, hubo algunos personajes
que llegaron y se establecieron durante cierto tiempo en algún punto del camino. Los negros, procedentes de Äfrica, llegan
a formar casi una tercera parte de la población de los asentamientos mineros a finales del siglo XVIII. Esas presencias, además
de las condiciones de frontera que durante muchos años vivió el septentrión, propiciaron un mestizaje acelerado, tanto en
lo cultural como en lo biológico.
Los espacios urbanos creados por la riqueza minera proyectaron su presencia
en claro intento de competir con las ciudades que servían de sede a los poderes temporales y espirituales.Clara Bargellini
acertadamente ha bautizado con el nombre de "La arquitectura de la plata" a tantas iglesias parroquiales de las ciudades mineras,
cuya traza fué terminada en el soglo XVIII, erigidas con pretensiones catedralicias. Sus clérigos, religiosos e intelectuales,
formados bajo la influencia del barroco, concibieron en sus sermones y sus libros un espacio imaginario que concebían semejante
a las grandes epopeyas de la antigüedad.
A cielo abierto, acompañados del sonido de las carretas, las voces de españoles,
indígenas y negros, los viajeros del Camino de la Plata abrieron una de las rutas más grandes de América. Camino de ida y
vuelta, de riqueza meterial y espiritual, dejó un legado que forma parte fundamental de la identidad de México. El patrimonio
cultural creado a lo largo de esa ruta enfrenta múltiples retos para su conservación y disfrute por todos los mexicanos, pero
no la indiferencia que ha llevado a la pérdida de esas manifestaciones culturales en otros países.
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Artículo publicado en la Revista México en el Tiempo. Año 4,
Número 27, Noviembre-Diciembre 1998. (pp 10-18). Editorial México Desconocido, S.A. de C.V.
Autor, José Francisco Román Gutiérrez, Doctor en Historia por
la Universidad de Sevilla y por el INAH-UAZ-GODEZAC, es actualmente director del Centro INAH Zacatecas.
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